Durante la celebración del día del libro todas las mujeres
deseaban que sus apuestos o no tan agraciados pretendientes apareciesen al
doblar la esquina de la plaza con una rosa roja como la sangre dirigida para
cada una de ellas. Todas excepto una.
Había una joven que no estaba interesada en rosas sino en
libros. Deseaba que llegara algún día en el que alguien la sorprendiera con un
libro que alimentase su incansable mente soñadora y no con una frágil y hermosa rosa.
Harta de esperar que eso ocurriera un año decidió probar algo distinto. Tomó
las ropas de su hermano y se disfrazó de hombre, ocultando su larga melena rubia bajo una vieja gorra marrón.
Salió a la calle tapando su níveo rostro con ayuda de la gorra al principio
preocupada de que la reconocieran pero acabó descubriendo que la gente no suele
fijarse en las personas que los rodean por la calle.
Avanzó hasta la plaza mayor y comprobó como las damas
esperaban ya en la plaza a que sus pretendientes llegaran. Más de una escrutó a
la joven nada más llegar pero no porque sospecharan sobre el secreto que
guardaba sino por el interés en que el recién llegado fuera un posible
pretendiente, algo que desestimaron al comprobar que no portaba ninguna rosa
entre sus manos. La joven pensó que si a pesar de todo no la habían descubierto
podría ir a más en su plan y así hizo. Compró una rosa y bajo la atenta mirada
de algunas mujeres buscó alguna de ellas a la que regalársela. Todas iban
vestidas con sus mejores trajes, maquilladas y peinadas de forma llamativa y exuberante.
La joven no sabía que hacer, le interesaban los libros unicamente pero de
repente se vio indecisa. Estaba tan desconcertada ante su incertidumbre y su
falta de determinación que decidió abandonar la plaza sin entregar su rosa. Avanzaba
tan apresurada y sin prestar atención a sus pasos que no vio a la joven que
apareció frente a ella. Ambas chocaron cayendo al suelo y dejando caer también la rosa
que portaba una y el libro que portaba la otra. La joven disfrazada reaccionó
con rapidez y se disculpó por su torpeza cogiendo el libro de la otra mujer y ayudándola
a levantarse. No iba vestida de forma tan elegante como las demás, pero sin
saber el que exactamente algo llamaba la atención en esa chica. No era excesivamente
hermosa pero si poseía una delicadeza que conquistó a la mujer. La otra joven
se agachó con un lindo gesto para recoger la rosa, mientras alababa su
hermosura y preguntaba si se la podía quedar a cambio del libro. Ella dudó un
momento pero sabía que le iba a ser imposible negarse a cualquier cosa que ella
le pidiera, porque en ese momento sin importarle el libro que sostenía entre sus manos, se dio cuenta de que no le interesaba. Mirando a su alrededor con cuidado advirtió a la joven de su condición y sus intenciones que la habían llevado
hasta ese punto y ella le respondió con una hermosa sonrisa que no se
preocupara, que si lo que buscaba era un libro que la hiciera soñar ella le
regalaba el suyo sin problemas. Lo que la protagonista de este relato no
esperaba fue que ese año además de recibir un libro que la hiciera soñar como
nunca se imaginó, también encontraría una rosa que por fin la conquistó.
Preciosa historia. Encontró el amor el día del libro.
ResponderEliminarYo tampoco quiero rosas, prefiero libros, jejeje.
Un besillo.
Muchas gracias María!!
EliminarOjalá te regalen todos los libros que desees entonces!!jaja
Un beso.
Precioso escrito para un dia tan especial. Los libros son un buen regalo y la rosa un complemento. Un abrazo
ResponderEliminarPara mi de los mejores regalos que puedo recibir, a pesar de que pueda no gustarme el libro en cuestión!!jeje
EliminarMuchas gracias María del Carmen.
Otro abrazo para ti!! ;)
Hola, Agustín. Me ha encantado tu historia, creo que somos muchas las que nos identificamos con tu protagonista en cuanto a que buscamos algo más que rosas en la vida.
ResponderEliminarUn beso enorme