Como una bestia dormida
estaba mi corazón inalterable, inalcanzable.
Una bestia de sueño perpetuo,
durmiendo en la más profunda de las oscuridades. Palpitante, vivo pero
eternamente aletargado, era tan sereno como implacable. Alimentado de su propia
oscuridad, dejando un rastro de soledades. Su ritmo hipnótico y
relajante como las olas del mar. Sus garras capaces de
destrozarte, no el cuerpo si no el alma. Una bestia que estaba mejor
dormida que despierta.
Sin embargo, me pregunto que
tipo de magia insondable has utilizado para domar a esta bestia que en mi
habita. Despertarla sin enfurecerla y controlarla sin doblegarla. Que bailas a
mi ritmo, lento, torpe y soy capaz de seguirte los pasos. Por primera vez soy
yo el guiado en lugar del que guía. Tal vez eso evite que siempre coja el
camino equivocado. Tal vez eso permita que esta bestia, que ni yo mismo controlo, pueda sentir algo al fin y al cabo.
Mi corazón ha sido despertado
y solo puedo preguntarme que tipo de corazón es el que tú tienes que es capaz
de calmar ese instinto destructivo que en mí siempre ha existido.
¿Que tipo de corazón es capaz
de guiarme a través de mi propia oscuridad?
Temo la respuesta, pues solo
puedo pensar que alguien que conoce tan bien la oscuridad es porque ya ha
estado antes en ella.
Y al rato me doy cuenta de
que no me importa. Que si tu corazón es más oscuro que el mío seremos dos
corazones que bailan en la oscuridad. Porque solo tú te has ganado el derecho a
destrozarme, a partirme en mil pedazos y hacer con ellos lo que quieras.
Porque has visto lo peor de
mí y no has huido. Porque te enfrentaste a la bestia y has ganado. Sin duda, me
has ganado.
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