viernes, 11 de diciembre de 2015

La historia de una canción.




El incesante y melódico sonido del cuarteto de cuerda, que estaba tocando en el gran salón, acompañaba los pasos del joven por los extensos y cuidados jardines. La dulce melodía menguaba a medida que se alejaba cada vez más del enorme palacio del Duque  de Richmont. El joven esa noche no estaba de humor para bailes. Se detuvo al lado del extenso estanque donde la melodía era casi imperceptible y solo lo acompañaba un profundo y oscuro silencio en mitad de esa fría noche. Miró su reflejo en el estanque y sonrió, con sus ojos azules tras la careta de nariz picuda, su reflejo casi lo asusta de si mismo. Se quitó la careta y el rostro que mostró su reflejo ya no sonreía. Demasiadas decepciones acumuladas, demasiados caminos torcidos. Tantas posibilidades como errores narraban la historia de su vida.

Se estaba dejando llevar por sus pensamientos cuando una risa, suave e inocente, lo trajo de vuelta a la realidad. Una realidad que parecía más un sueño en ese instante. A su espalda, de entre los arbustos de los jardines, salió corriendo detrás de un gato una elegante joven con un antifaz que cubría su rostro. La joven se reía mientras jugaba con el gato hasta que se dio cuenta de que el joven la observaba.

—Lo siento—dijo ella dejando escapar un suspiro que se enfríó en el aire.—No esperaba encontrarme a nadie aquí fuera.
El joven tardó unos segundos en reaccionar.
—No, la culpa es mía. Yo no debería estar aquí, lo único que estoy consiguiendo es asustar a las jóvenes que pasan por aquí persiguiendo gatos.
La joven sonrió bajo su antifaz.
—¿Acaso pasan muchas mujeres persiguiendo gatos esta noche Señor Smith?—preguntó ella divertida.
—Demasiadas, pero vos sois la más hermosa hasta ahora—el joven sonrió orgulloso tras su comentario.—Una cosa ¿Cómo sabéis quien soy?
—Todo el ducado sabe quien sois Señor Smith y al no llevar la careta me ha sido más fácil reconocerle.
El joven no se acordaba que se la había quitado poco antes.
—Por favor, llámame William señorita...
—... Lake—dijo tras unos segundos.— Pero puedes llamarme Claire.
—¿Claire Lake? No me suena vuestro nombre.
—No soy una persona con tanta fama como vos.
—¿Y a que se debe mi fama si puedo preguntar?
La joven lo miró desafiante.
—Mujeriego, solitario, frío, algunos incluso te tachan de espía de la corona.
—No son más que calumnias—se defendió el joven.
—Claro, sin embargo la mitad de las mujeres de ahí dentro no dejan de suspirar por vos, cuando la otra mitad ya ha hecho algo más que suspirar con usted en algún momento, por lo que dicen—rió la joven.— La mitad de los hombres le temen y la otra mitad le envidian y a pesar de todo está usted aquí solo y en esta fría noche invernal.

El joven la miró un momento, ella se estaba divirtiendo y él no se sentía ofendido por lo que acababa de decir porque era al única persona que se había atrevido a decírselo en toda su vida.
—Dime tu nombre—dijo el joven.
—Ya te lo he dicho—contestó ella a la defensiva.
—No, tu verdadero nombre.
—¿Cómo sabes que no me llamo así?
—Intuición de espía—contestó con una socarrona sonrisa.
La joven lo miró curiosa.
—Está bien, hagamos un trato, si me enseñas a ser un espía yo te diré mi verdadero nombre.
—Esto no se aprende así como si nada. Lleva su tiempo—protestó él.
—Tienes de límite esta noche, si de verdad quieres saber mi nombre—respondió la joven que tras eso comenzó a perseguir otra vez al gato que merodeaba a su alrededor.

El joven la alcanzó y comenzaron a hablar de cosas tribales, él se sacó su chaqueta y se la puso a ella sobre los hombros, lo cual agradeció. Hubo un momento en el que escucharon los pasos de algunos guardias y ellos se escondieron entre los árboles y los arbustos conteniendo la risa para que no los descubrieran. Paseaban por los límites de los jardines, para pasar desapercibidos, hasta llegar a un claro donde se encontraba una enorme construcción hecha completamente de cristal.
—¡Que ostentoso!—dijo el joven.
—Es una sala de baile, aunque nunca he estado dentro—contestó la joven.— Creo que el duque la solía usar en verano pero parece que lleva mucho tiempo cerrada. Es una pena debe ser bonito bailar ahí dentro.
Mientras hablaba el joven se había ido a la puerta y tras sacar unas ganzúas logró abrir la puerta en cuestión de segundos.
—¿Cómo has hecho eso?— preguntó ella mirando a su alrededor por si alguien los veía.
—¿Hace falta que te conteste?—dijo enseñándole las ganzúas.
No, supongo que no, me parece que he tenido suficientes lecciones de un espía por hoy— respondió riendo.

Ella entró dentro y él la siguió, estaba algo oscuro pero aun así la sala impresionaba, tanto las paredes como el techo estaban hechos completamente de cristal y el suelo estaba hecho de un material que reflejaba el rostro del joven como el agua del estanque había hecho antes. Solo que el rostro que veía ahora parecía distinto, parecía feliz.

—Señor Smith ¿Haría usted el honor de sacar a esta damisela a bailar?—preguntó ella imitando un tono de voz mas grave, mientras se sacaba su chaqueta.
—¿A que damisela os referís exactamente?—contestó el hombre muy animado.
—William...—le reprochó ella pero no tuvo tiempo de decir nada más.
Él se acercó a ella ágil, veloz y con mucha suavidad la tomó de la mano con su mano derecha y por la cintura con su mano izquierda.
—Claire—dijo muy serio.—¿Me harías el honor de bailar conmigo?

La joven lo miró sorprendida, con sus verdes ojos a través de su antifaz, y asintió sin decir una palabra. Toda la noche había estado a la defensiva pero en ese momento ella bajó la guardia y se dejó llevar por él. No había música pero no les hacía falta. Él llevaba el ritmo, suave, decidido, correcto y ella simplemente lo disfrutaba. En su cabeza era como si una hermosa melodía sonara en cada uno de sus giros.  La luna comenzó a salir, de entre las nubes, sobre la construcción de cristal y la sala resplandeció como si mil velas la iluminaran. Bajo sus pies, el reflejo de la luna se veía desdibujado en el reflectante suelo y ellos bailaban a su alrededor. Bailaron como si no supieran hacer otra cosa, como si fuera tan necesario como respirar, sin pensar que si paraban toda la magia iba a acabar. Él se acercó más a ella y estaba a punto de besarla cuando ella se apartó y apoyó la cabeza contra su pecho.

—¿Qué ocurre Claire?
—No puedo hacerlo. Yo... estoy prometida—la joven se sacó el antifaz.—Me has enseñado como es ser un espía, has cumplido, ahora me toca a mí. Me llamo Elisabeth. Elisabeth Richmont.
—Lo sé, me di de cuenta mientras caminábamos por los jardines, pero no me importa porque me he enamorado de ti. Estaba enamorado de ti incluso antes de conocerte. Tú eres la mujer que camina entre mis sueños.
La mujer lo miró con un nudo en la garganta.
—No juegues conmigo como con las demás, por favor. Se como eres, apareces y desapareces, nada te ata y yo no busco eso. No esperaba caer así en tus brazos casi parece algo...
—Inevitable—la interrumpió.—Tienes razón, soy como dices, pero porque nunca he encontrado a una mujer como tú.
—Si a penas me conoces—dijo ella apartándose de él.
—Eres dulce, amable, atrevida y se que prefieres mil veces quedarte aquí, en esta sala bailando conmigo el resto de tu vida que volver a tu realidad.
—Lo siento, pero no puedo creerte—dijo antes de salir corriendo con lágrimas en los ojos.
El joven salió tras ella.
—¡Elisabeth!
—No grites, si los guardias nos encuentran...—dijo mirando a su espalda.
—No me importa, que me encuentren, que me maten si es necesario pero escúchame.
—No sigas por favor...—susurró ella.
—Escúchame, mañana a media noche, te estaré aquí esperando, si vienes huiremos juntos y te prometo que nuestro amor será lo primero en mi vida, seremos tu y yo, nada más.

La joven asintió dudosa antes de volver a salir corriendo. Él la vio alejarse sin saber que ese sería el último recuerdo que tendría de ella.

A la noche siguiente ella no apareció, él la esperó toda la noche. Las luces del palacio se apagaron por completo y permaneció allí esperando hasta el amanecer pero fue en vano. William por fin había conocido el amor y sin embargo lo único que desearía a partir de ahora era olvidar lo que se sentía. Era demasiado doloroso. Se hizo una promesa a sí mismo, se prometió no volver a enamorarse de otra mujer que no fuera Elisabeth.


Esa mañana recogió sus cosas y partió del ducado de Richmont para siempre. Iría algún otro lugar a intentar olvidar su dolor, a Venecia por ejemplo, conocería otras mujeres, trabajaría de lo suyo y tal vez, solo tal vez, el dolor algún día desaparecería.


4 comentarios:

  1. Precioso. Conmovedor. Me encanta cuando de un solo elemento veo que todos los que participáis, desarrolláis historias completamente diferentes. Ha sido bastante encantador, pero a la vez triste, que William encontrara el amor en una mujer que no ha caído completamente en sus encantos y que tiene la cabeza bien puesta en su sitio.

    Muchas gracias por participar, como bien dijiste, ha valido la pena. Muchísimo ;)

    Saludos.

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    1. De nada señorita Crespo!! :P
      Muchísimas gracias a ti por tu comentario y por este reto que has propuesto como iniciativa.

      Intentaré seguir participando siempre que pueda!! ;)
      Un saludo!!

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  2. ¿¿Por qué ella no aparece?? ¿¿POR QUÉ?? Jo, me has dejado con la miel en los labios, aquí sonriendo como una tonta y va y ella no acude a la cita... Qué penita.
    El relato está genial, es conmovedor, ágil y, como te he dicho, impredecible el final, sorprendente. Está narrado todo de forma muy poética, me ha encantado. Un beso, Agustín

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    1. En la canción interpreté que el final era amargo así que tuve que darles un final triste a los enamorados. La primera y casi única razón sería la desconfianza de ella, pero quien sabe, puede que el padre, el duque de Richmont, se enterara de que su hija se iba a escapar y no la dejara salir esa noche. jeje
      Gracias por tu comentario Chari!! Me alegra mucho que te guste!!
      Un beso :)

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