miércoles, 6 de mayo de 2015

El druida y la reina.

La mujer corría, de la mano de su amado, por el ruidoso pasillo. Él tiraba de ella con prisa y cautela, prestando atención en cada esquina que doblaban. Tras ellos se oía el acero de las espadas al chocar.
—¿Qué ocurre, mi rey?—preguntó asustada.
—Están asaltando el castillo. Debemos encontrar a mi hermano y al druida.
Llegaron a la sala del trono donde los esperaba un hombre, con una melena y una barba largas hasta la cintura y con una túnica parda.
—¿En que puedo serviros mi señor?—preguntó el druida arrodillándose.
—Protege a la reina, llévala a los bosques y escondeos hasta que esto termine.
La reina protestó pero él sabía que era lo mejor para ella. Estaba preciosa con su pelo recogido bajo la tiara plateada. La besó y se despidió prometiendo que cuando todo acabara iría a buscarla. 

El druida se la llevó por uno de los húmedos y sucios pasadizos secretos del castillo. Avanzaban, iluminados por una antorcha, cuando el druida se paró al pisar un charco.
—¿Qué ocurre?—preguntó ella.
El hombre no contestó. Se quedó mirando el charco que acababa de pisar con mucha atención.
—Tenemos que volver—dijo él por fin dando media vuelta.
La reina lo siguió, recogiéndose el elegante vestido rojo para ir más rápido. Alcanzó al druida en la entrada al pasadizo, quieto, paralizado.
—Hemos llegado tarde—dijo el hombre.
La reina miró al interior de la sala y su corazón se detuvo por un momento. En medio de la sala, sobre el suelo ensangrentado, yacía el cuerpo de su amado. La reina gritó y lloró sobre su cuerpo.
—La culpa es mía—dijo el druida.—El agua me mostró la traición del hermano del rey demasiado tarde.
—¿Su hermano?—preguntó incrédula la reina.
El druida asintió.
La mujer miró los azules ojos de su esposo antes de bajarle los párpados con la mano. Luego desenvainó la espada que el rey llevaba.
—¿Qué hacéis?
—Vengaré al rey y para ello necesito que me ayudéis.
El hombre la miró sorprendido.
—Yo no soy un guerrero, solo aconsejo.
—Hacéis mucho más que eso—dijo la reina.— No me importa morir, no me importa perder el reino pero si voy a vengar a mi marido os necesito.
En ese momento unos guardias entraron en la sala del trono, venían a confirmar que el rey había muerto y que todo estaba perdido. La reina los miró. Tiró su tiara y demás joyas al suelo, soltó su pelo y rompió su vestido para poder moverse mejor. Levantó su espada y con unas palabras infundió valor y coraje a sus hombres para luchar.
Antes de salir de la sala la reina miró al druida.
—Cantaré para vos, mi reina.
El druida cantó durante horas a la vez que la reina luchaba. Su alma dormida era el de una guerrera y el druida la había despertado. Una guerrera imparable que no descansó hasta obtener su venganza.
Cuando todo acabó, la reina se reunió con el druida que estaba acostado junto al cuerpo inerte del rey. Parecía más viejo y estaba agotado.
—Os he pedido demasiado—dijo la reina mientras le tomaba de la mano.—Gracias.
—Tranquila, era lo que tenía que hacer.
—¿Y que debo hacer yo ahora?
—Recuerda la promesa del rey—dijo el druida sofocado. —Cuando todo acabe él volverá a por ti, aunque sea en otra vida. Hasta entonces reina como has luchado hoy pues has encontrado tu verdadera alma, un alma guerrera.
Y el druida murió pero su reina nunca olvidaría sus últimas palabras.